martes, 10 de agosto de 2010

MARCHA PROCESIONAL

Una marcha procesional es la música utilizada para acompañar los desfiles procesionales. Es un género musical que debe contar con unos requisitos de estructura y estilo o carácter; la estructura hace referencia a la forma musical conocida como marcha, la cual consta de tema, desarrollo, trío y reexposición del tema, pudiendo en ocasiones contar con una introducción y una coda. El estilo o carácter queda fijado por el compás, el ritmo, el tempo y la adaptación y adecuación al acto para el que ha sido concebida la obra, la procesión.

La marcha procesional goza de gran popularidad en España y en otros países como Italia y Guatemala, y forma parte del repertorio musical de las bandas de música.

La marcha procesional enraíza en la segunda mitad del siglo XIX y lo hace bajo el concepto de marcha fúnebre, forma musical muy recurrida durante dicha centuria, albergada bajo la corriente estilista del Romanticismo. De ella emanaron grandes composiciones que posteriormente, y debido al escaso repertorio a que tuvieron que enfrentarse las primeras bandas de música, fueron adaptadas, siendo tocadas en las procesiones de Semana Santa, continuando hoy en día, vigentes en algunos lugares. Este es el caso del segundo movimiento de la Tercera Sinfonía de Beethoven; de la marcha fúnebre que Frédéric Chopin compuso para el segundo movimiento de su Sonata para piano n.º 2; la marcha fúnebre de Sigfrido de la ópera El Ocaso de los Dioses de Richard Wagner; la marcha Juana de Arco de Gounod; las marchas fúnebres de Schubert; o el «Adiós a la vida» de la ópera Tosca de Giacomo Puccini; entre otras.

Pero muy pronto comenzarían a aparecer las primeras marchas fúnebres compuestas específicamente para cofradías y hermandades.

Aunque aún hoy queda mucho por investigar, se considera a José Gabaldá Bel, quien fuera director de la Banda de la Guardia Real en Madrid, uno de los primeros autores en componer expresamente música para la Semana Santa. Su serie de marchas fúnebres, entre las que se encuentran las tituladas «El llanto» o «Soledad», acompañan a la adaptación de la marcha fúnebre de la ópera Ione del maestro Enrico Petrella.

Pronto tomaría la alternativa Andalucía. Así, aunque existen referencias que apuntan a la existencia de marchas fúnebres ya en la segunda mitad del XIX, según los documentos existentes, es la marcha fúnebre compuesta por el cordobés Rafael Cebreros para la Semana Santa de Sevilla, y que se publicó en 1874. En 1876, y en Cádiz, Eduardo López Juarranz, compone la marcha fúnebre «¡Piedad!» en honor a la corporación del mismo nombre de esta ciudad. En años sucesivos, Juarranz, acometería nuevas marchas, entre la que destaca «Pobre Carmen», común en innumerables ciudades españolas.

En Córdoba, Eduardo Lucena Vallejo, músico destacado del romanticismo andaluz, compone, en 1883 «Un recuerdo», marcha dedicada expresamente al Ayuntamiento de Córdoba, siendo director de la Banda Municipal de esta ciudad andaluza, formación en la que el propio Lucena, Cipriano Martínez Rücker y Juan Antonio Gómez Navarro, dejaron un curioso e importante catálogo de marchas fúnebres.

Pero, si hay una época dentro del siglo XIX que resultó verdaderamente prolífica, esta fue la década de los noventa, saliendo a la luz marchas como «El Señor de Pasión» de Ramón González, compuesta en Sevilla en 1897; «El destierro» de Vicente Victoria Valls, compuesta en 1891 en la ciudad de Cartagena; «Pange Lingua» y «Sacris Solemnis» compuestas en 1898 en San Fernando por Camilo Pérez Montllor; o «Virgen del Valle», compuesta por Vicente Gómez Zarzuela en 1898 y «Quinta Angustia», compuesta por José Font Marimont en 1895. Ambas marcarían el estilo de otras muchas composiciones que le precederían. Ya desde esta época tan temprana, algunas de ellas comenzarían a introducir melodías que se pueden denominar «alegres» dentro del patetismo propio de la marcha fúnebre. Así es el caso de las mencionadas «Pobre Carmen», «Un Recuerdo» o «El Señor de Pasión».

Aunque como ya se ha mencionado, existe un punto de inflexión personificado en Sevilla en Vicente Gómez Zarzuela y en la saga de los Font; en otros lugares de España como Cartagena, Madrid e incluso Canarias, donde, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, Santiago Tejera Ossavarry, compone la marcha titulada «La Espada del Dolor»; se continuaba componiendo siguiendo estrictamente la estética establecida por la marcha fúnebre, es decir, haciendo caso omiso a lo establecido por «Virgen del Valle». Es en este momento cuando el género comienza a desarrollarse, adquiriendo personalidad propia, y haciendo que las bandas militares se constituyan como referente en este estilo musical.

Banda Primitiva de Llíria en el Palau de la Música de Valencia.Los años veinte serían testigos de la aparición de la revista musical Harmonía, fundada por el empresario y músico guipuzcoano Mariano San Miguel Urcelay, y autor de dos piezas que dejarían clara la maestría de su autor, «Mektub», compuesta en 1925, y «El héroe muerto», que data de 1929. A su revista acudirían a enriquecer sus repertorios las bandas, surtiéndose de piezas famosas y desconocidas.

Es en este momento, 1929, cuando surge una de las marchas que hoy por hoy goza de mayor popularidad. Se trata de «Rocío», marcha que aunque no puede ser calificada como original, fue compuesta por Manuel Ruiz Vidriet, y dedicada a la Virgen del Rocío de Almonte, sirviéndose de una melodía mexicana, la canción «La peregrina», y de parte de una composición original de Joaquín Turina Pérez, perteneciente a su poema sinfónico «La Procesión del Rocío».

De igual manera, en el primer tercio del siglo XX se produce un hecho verdaderamente curioso, la aparición de las primeras marchas para bandas de cornetas y tambores, y el surgimiento de los primeros poemas sinfónicos en forma de marchas fúnebres, dos aspectos diametralmente opuesto.

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