domingo, 25 de julio de 2010

FAUSTO PAPETTI

Fausto Papetti (*Viggiù, Italia, 28 de enero de 1923 - † San Remo, Italia, 15 de junio de 1999). Músico internacional, inicia su carrera artística a finales de 1957. Empleando en sus grabaciones Saxofón y Clarinete.

Inicia su carrera artística a finales de 1957, después de haber sido parte de algunas orquestas de jazz, comenzó a tocar con el grupo Campeones en la que acompaña el disco y en concierto Tony Dallara. Al abandonar el grupo en 1959, firma de un contrato para la Durium período de sesiones como un hombre, tocando lo tan difícil para los artistas a grabar. Un día, sin embargo, el director de la gran orquesta no se desea grabar el lado B de un 45 vueltas debido a la pieza elegida, era una violenta película de verano con el mismo nombre y no llega a un acuerdo satisfactorio, empleando en sus grabaciones solos de saxofón alto y clarinete, instrumentos que ejecutaba con gran maestría, pero siendo más apasionado del primero, por lo que se le llegó a llamar el mito del saxo confidencial. Se llegó a decir que las portadas de sus álbumes fueron más famosas que sus grandes interpretaciones, ya que tomó por costumbre que en cada producción apareciese una bella mujer, con poses insinuantes, maravillosos cuerpos y auténticas beldades, pues se trataba de verdaderas modelos que se escogían para aparecer en esas grandiosas, coloridas y maravillosas portadas, en muy pocas salía el artista.

Deleitó varias generaciones con las coloridas, dulces y enamoradas notas de su saxo, por eso los amantes de la música instrumental, con certeza recordarán a éste particular músico, tanto por su exquisitas interpretaciones, como por las sensuales portadas de sus discos, que en aquellos años eran escandalosas, ya que el pudor era lo que privaba entre toda la sociedad americana y europea. Se especulaba casi con sorna que ver la carátula de un disco de Papetti era una de las pocas oportunidades en que los jóvenes tenían para ver el cuerpo al natural de una bellísima mujer. El músico resaltando lo que es la parte musical, tuvo la especial virtud de que recorrió incontables estilos con sus instrumentos y jamás, puede decirse, que se equivocó en las selecciones que hacía, puesto que cada disco se enfocaba en una forma de hacer música especial, convirtiéndose en piezas de colección.

Como no logramos dar con una biografía más o menos aceptable de este extraordinario músico, para completar su semblanza biográfica, se escoge esta reseña, que es por demás simpática y muy elocuente: “No hay portada de Fausto Papetti que no haya engolosinado mis años mozos, ésos en los que medio centenar de tentaciones revoloteaban el sentido común y anulaban toda posibilidad de que la inteligencia, caso de que alguna allí anduviera, tomara parte en el combate".

Anulado por esa iconografía concupiscible, imaginaba que el futuro sería un solo largo de saxo con un ejército de violines tutelando mi ingreso en el reino de lo carnal. Pensaba que la felicidad consistía en ver desfilar jacas de Ipanema tímidamente vestidas, dúctiles amazonas de mi delirio adolescente. Ya se sabe: en esas edades, el pecado sucede siempre en las novelas y en las películas, pero de vez en cuando hay ocasiones en las que está tan a mano pecar que no se puede hacer otra cosa.

Al menos en esos años. Algunos o muchos después, la realidad busca a Kafka y regala fiebres y migrañas y letras de automóvil y tal vez algún quebranto en lo político, pero cuando el azar te regala una portada de un disco de Fausto Papetti se renueva el caudal de afectos, la sensibilidad adormecida y desaparece de cuajo la angustia existencial, el peso formidable de la injusticia que te impide conciliar el júbilo familiar y eso tan vago que consiste en la armonía del cosmos. El cosmos está herido: lo hiere la barbarie canalla de los extremismos y la falta de luces de unos y de otros. El cosmos, aunque ahora Marte invite a pensar en cabalgadas siderales y en franquicias del Hilton exquisitamente diseñadas por marcianos, descarrila sin que ninguna brida firme lo frene en seco.

A Fernando Pessoa, al que he vuelto este verano, se habría sentido identificado con este mejunje moral de facciones antagonistas que comparte, en el fondo, idéntica pasión por los mismos placeres: suficiente ancho de banda, protagonismo mediático, palomitas a las diez cuando el cine apaga las luces de la realidad y el proyectista acciona el play de los sueños.

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